Gastronomía

Mi primera cerveza (y otras agresiones al paladar)

El 50 aniversario del Bar Bonillo lleva al autor a recordar sus tragos iniciáticos

Cuando eres adolescente no piensas mucho en los motivos. Visto con la perspectiva del tiempo quizás eran las prisas por hacerse adulto, la necesidad de compartir los códigos de los mayores, o simplemente un ritual de socialización. Por eso, precozmente, ya disfrutaba acodándome en la barra de los bares con un grupo de amigos que siguen siendo tan callejeros como yo. Esta es la historia (mal contada) de mi primera cerveza y otras experiencias.

Los primeros bares eran para la cocacola y los mostos… hasta que, muy pronto, descubrimos el Bar Bonillo y nos hicimos adictos a sus patatas bravas. Para un grupo de inmaduros barbilampiños era divertido por dos razones: 1) Ver enrojecer la cara de los amigos por la agresión térmica del picante; y 2) las bromas de Gregorio Giménez Bonillo, el propietario (ya jubilado): “Pasen a la terraza”, señalando la puerta del aseo; “ufff, cómo llueve”, en los días más despejados; “No hay carne Joaquín, mata al gato”; “Marchando tres de bravas, dos 16 válvulas y una moderada…”

Y claro, toda esa bravura de la guindilla y todas esas risas no maridan bien con refrescos. Aunque en aquella época nadie se escandalizaba demasiado por ver beber a un menor, tener una voz grave y cara de pocos amigos tenía sus ventajas para pasar desapercibido. Tocaba ronda de tubos de cerveza, pedidos con seguridad, al aire, sin forzar contacto visual: “Cuatro tubos y cuatro bravas cuando pueda”. El primer trago no fue placentero, pero sí refrescante. Se podía domesticar el envite de la salsa y eso era suficiente.

Tragos iniciáticos

Así se inicia uno en el gusto por el picante, los sabores amargos y los brindis con amigos. Recuerdo todo esto porque El Bonillo acaba de cumplir 50 años (ver vídeo al final). Como la memoria es generosa con las primeras experiencias, sueles recordarlas con cierta nostalgia cristalina. El primer destilado llegó poco después: unos chupitos de tequila en el Pub La Moderna (desaparecido hace tela de años). Los calimochos salieron a escena en los conciertos, que fueron cientos. Siempre en formato litro y compartidos. Puro ritual. Los combinados eran la dieta del botellón, de cuando la juventud todavía se permitía el lujo de la desobediencia conquistando territorios urbanos previstos para otros usos.

El vino en copa llegó ya en la Universidad. Con la economía limitada, la primera botella que compramos fue, sin pretenderlo, un clásico ibérico: Sangre de Toro, de Bodegas Torres. No tengo claro cuando comencé a cultivar el placer por los sabores ácidos, pero si cierta predisposición histórica y masoquista chupando limones. Los amargos empezaron con el primer trago de cerveza, pero se consolidaron con el café solo, el cacao, los amaros italianos, los gintonics…

Agresiones al paladar

De primeras, todo eran agresiones al paladar, al que hay que ir enseñando poco a poco para que no se quede infantilizado y anclado en los sabores dulces que evocan la leche materna. La vida es muy corta como para comer y beber siempre lo mismo, ¿verdad?.

Hoy día, el primer sorbo a una birra tras un día duro me sigue transportando a las sensaciones de esa primera cerveza del Bonillo: libertad, camadería, felicidad, placer… Pero ahora, además, me encanta su sabor.

Un repaso a los 50 años del Bar Bonillo en Interalmeria TV

Curro Lucas

Periodista especializado en gastronomía y nutrición por la Universidad Complutense de Madrid, escribe desde hace años casi en exclusiva de gastronomía y viajes. Forma a periodistas y blogueros de todo el mundo a través de la plataforma digital The Foodie Studies y le encanta cocinar para los amigos. También tiene (abandonado) un blog de recetas y rocanrol que se llama Recetas en Tres Acordes. Ha viajado por 20 países y le sabe a poco.

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