El pan de nuestras madres
Querida mamá,
Hoy he ido a la tienda de Encarnita a por harina y resulta que se ha acabado. Me he acordado de tí, cuando me mandaste temprano aquel sábado a ‘Ca Frasquito’ en el Parque a por harina de sémola. No entendía tantas prisas y tenías razón, se había acabado. Me hice la remolona leyendo mi tebeo de Lily. Los nublos ya venían del día anterior y tú sabías bien que aquel era un sábado de migas imposible de evitar para cualquier almeriense que se preciara de ello. Aprendí muy bien lo que era una tradición y la sabiduría que conlleva la edad.
Mamá, estamos estos días encerrados haciendo pan, bizcochos, roscos… Todo el mundo se ha puesto a hacer pan casero. Estamos descubriendo nuestras casas, nuestros hijos, nuestros esposos como nunca antes. Me he dado cuenta de que mi casa era como una sala de paso, un pasillo, no era un hogar, como el que tú supiste crear. Como cuando yo era pequeña y las tres niñas dormíamos en el mismo dormitorio. No entiendo cómo podías tirar de nosotros cinco mamá. Y encima siempre encerrada en casa. No te quejaste nunca por ello, gracias mamá, pero ahora me viene a la mente y comprendo del todo cuando te veía ese brillo distinto en tu cara cuando salíamos a comer los domingos al Molino de los Díaz o cuando íbamos al cine Moderno por la tarde.
Con la última harina que me quedaba he decidido hacer roscos. Tengo a tus dos nietos junto a mi todo el tiempo. No se me olvida tu receta. Me han salido riquísimos, casi como los tuyos. Tu nieta Sacra se empeña en buscar la perfección, en hacerlos redondos e iguales. En cambio, el diablo del Paquito solo hace monigotes de personas y animales. No le he dicho que yo era como él. Me decías por ello marimacho y me enfadaba. Ahora me sonrío mientras intento ocultar mis ojos brillantes.
No quiero ponerme triste mamá. Se que lo estás pasando mal. Prefiero hacerte sonreír. Acuérdate cuando en aquella Semana Santa le diste la receta de la leche frita a la vecina Amparo. Enteraílla ella, no la anotó y una tarde oímos por el patio un tremendo grito. Era ella que había vertido leche directamente al aceite hirviendo. Menos mal que no pasó del susto y todo acabó en risas.
Pan duro
¿Te acuerdas que de niña siempre me quejaba por el pan del día anterior? Mamá, nunca te he dado las gracias por obligarme a comérmelo. Ahora estos días terribles de cuarentena me he dado cuenta de todas tus enseñanzas llenas de amor, las que entonces no entendía y las que me hacían enfadar. Tu amor y dedicación era también tu firmeza. Me he dado cuenta estos días de todos mis errores que he cometido con tus nietos. A menudo es duro obligar a los niños, castigarlos y quitarles caprichos, pero yo les he dado demasiados para no tener problemas, para no ser una madre tan buena como fuiste tú.
Recuerdo que todos los días bebíamos agua para comer y que cuando llegaba el domingo, era una fiesta ir a por una sencilla Fanta de litro. O cuando no nos dejabas tocar en el frigorífico el jamón York que comprabas en Capri para papá. Mamá, te confieso ahora que yo le quitaba el filillo de caramelo. Gracias por educarme, por transmitirme los mismos valores que te inculcó tu madre. Nunca entendí por qué besabas el pan antes de tirarlo a la basura. Te rompía el corazón echar al cubo un sencillo mendrugo duro de hace días. Ahora lo entiendo mamá, lo más sencillo es lo más importante y no debemos olvidarlo llenándonos de cosas materiales innecesarias. Nunca antes había visto a los niños más felices que a mi lado en la cocina, lejos de sus tablets.
La residencia
Mamá, te quiero. Se que nunca nos reprocharás que te animáramos a irte a la residencia. Nadie se podía imaginar lo que está pasando. Cuando la vimos era un lugar alegre, con juegos y talleres y bailes los viernes. Ahora es como una pesadilla, con el virus acechando por los pasillos. Aguanta mamá, se que tú eres fuerte, mucho más que yo, que no soy capaz de decirte esto por teléfono. Mamá, te prometo que cuando acabe esto te vendrás conmigo a casa. Todo saldrá bien. Volveremos a hacer roscos, con tus nietos. Y te enseñaré a hacer pan. Un pan que me comeré de un día para otro sin rechistar y así nunca tendremos que darle un beso para despedirlo.