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Isabel Bernardo: «las pitas dejan que el aire les arranque sus hijuelos»

El Cabo de Gata se convierte en personajes en esta obra a medio camino entre el poema narrativo y el cuaderno de viajes

Isabel Bernardo es una escritora y poeta salmantina, columnista de opinión del periódico ‘La Gaceta Regional’ de Salamanca. El paisaje del Cabo de Gata la inspiró para escribir ‘Caballos sobre el viento’, una obra a medio camino entre el poema narrativo y el cuaderno de viajes. Está compuesto por 22 poemas en los que la costa de esta zona de Almería se convierte en personajes para contar la historia de la soledad del alma en 22 poemas. Una madre, un hijo y un padre ausente que muestran “las soledades que hay no solo en el paisaje, sino del hombre a diferentes niveles”, según la autora.

Proemio

Cabo de Gata, enero de 2011

“Cae el sol desértico del invierno sobre Cabo de Gata. Las luces se quiebran en el mar garzo, y restallan sobre las paredes crudas de las escarpas. Van y vienen a la playa las gaviotas alborotando la soledad intacta. Las arenas se resguardan en sus vastas planicies, y en las ramblas se cuartean dolorosamente las heridas sobre el cauce, seco, a pesar de las últimas tormentas. 

En este lugar comienzo a escribir el poema. Con mi más mudo silencio y toda la orfandad del alma abandonada al viento. Están tan hermosas las aguas, tan transparentes, tan mansas, tan quietas, que apenas se atreven a profanar la tierra yerma. Caminando hacia los cactus advierto los tamojos donde se espesan los palmitos. ¡Cuánta austeridad enardeciendo mis sentidos! Casi apuntalando las nubes, en complaciente y estoica vertical, las pitas dejan que el aire les arranque sus hijuelos para que estos enraícen en la arena. Desposeerse de vida antes de morir para perpetuar la especie. La ley más fértil de la naturaleza.

Hay tanto desabrigo fecundo, tanta soledad sin orillas a mi alrededor, que yo misma me pliego sobre el talle para no lacerar con mi sombra este espacio sagrado. El hombre solo se reconoce dentro de sí mismo. De lo que deja afuera, casi nada le pertenece.

En ‘Caballos sobre el viento’, solo tuve que entregarme al pensamiento y al sueño natural del paisaje. Sin imposturas. Y el poema – o tal vez el relato – comenzó a hacerse dentro de mí desde afuera, con su misma verdad, con idénticas espinas. Cuando quise darme cuenta los potros estaban allí, esperándome. Únicamente tuve que trepar a sus lomos alados y dejarme llevar. No sabía el maravilloso viaje que me esperaba.

Entonces las preguntas y los silencios se magnificaron, la arena y el agua arañaron mi garganta, y los protagonistas emergieron de la nada escribiéndose a sí mismos, lentamente, en cómoda soledad, y apacible y dilatada franqueza. Un hijo soñador, una madre protectora, y la sombra de un padre arrumbada en el Arrecife de las Sirenas. Así, las horas fueron haciéndose desierto, mar, oquedad, piedra blanca…, espina, esparto, espesura…, tirana inclemencia. Aquella mañana llovía con fuerza. Sí, sorprendentemente llovía en el desierto aunque las ramblas permanecieran resquebrajadas, ásperas y secas. Apenas podían sospecharse los contornos del Cabo de la Vela Blanca. Apenas los límites del mar o de la playa, mientras la tormenta iba aovillándose en los entresijos del Este, peligrosamente,  amenazándolo todo.

Cuando la luz no existe, hay que imaginarla. Cuando las sombras se cierran hasta lo imposible, solo queda la posibilidad de soñar la luz. Aunque esta haya de venir jineteando con audacia sobre un espejismo de corceles. El mundo interior es un hermosísimo poema de auxilio para todo tipo de orfandad, del que no quiero privarme”.

Isabel Bernardo – ‘Caballos sobre el viento’. Fuente: Salamanca al día.

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