El Puche reabre su herida: el barrio tras el confinamiento
Los vecinos reclaman medidas que acaben con el abandono institucional y la exclusión social
El Puche es una zona desfavorecida con muchos problemas y que sufre un abandono histórico. Un barrio almeriense considerado como uno de los más conflictivos de la ciudad. Desde fuera, y sin conocer certeramente las razones que llevan a esta marginalidad en sus límites, la compleja situación en la que se encuentran sus vecinos ha empeorado después de la crisis sanitaria del coronavirus y la correspondiente cuarentena. Un distrito que antes del confinamiento había experimentado una pequeña mejora, lograda con mucho esfuerzo, que se ha desvanecido en pocos meses.
El origen del barrio ya denota el estigma que se mantiene desde su nacimiento. Colindando con un polígono industrial y las vías del tren, El Puche es un barrio de viviendas que fueron construidas de forma provisional en los años 70. En él conviven tres etnias principalmente: la paya, la gitana y la marroquí. Una convivencia que tiempo atrás fue conflictiva pero que, después de varios años de coexistencia, ha mejorado su relación. Existen pequeños enfrentamientos como en cualquier barrio de Almería, e incluso como en las mejores familias.
Un barrio que se nutre y vive en la calle. Todos disfrutan mucho de actividades al aire libre, y es una costumbre que cambió con la llegada del coronavirus. Personas acostumbradas a vivir en libertad que se sentían enjauladas en casa. Sobre todo, tratándose de hogares con carencias en los que no podían evadirse con dispositivos tecnológicos. “Para algunos vecinos el hecho de tener que estar solos en casa, haciendo unas tareas y con elementos como ordenadores, de los que algunos carecen y otros no tienen habilidad en su uso, fue duro”, cuenta Óscar Bleda, fundador y director de la Asociación Ítaca. Toda esa frustración ha generado que muchos chavales dejen los estudios, no hayan terminado algunas asignaturas y vayan a repetir, además del abandono.
Unos brotes que se secaron
Este es solo el inicio de una situación que ha empeorado drásticamente con la crisis sanitaria, que llegó en un momento en el que el barrio estaba experimentando mejoras. Un ejemplo de esto está en la postura acerca del suministro eléctrico. Hasta hace poco era impensable que los vecinos de El Puche, tras cortarles la luz Endesa por enganches ilegales, se comprometieran a regularizar los contratos. “Fueron muchos los que se informaron acerca de cómo poner un contador y pagar como todo el mundo”, asegura Óscar.
Se estaban viendo brotes y pequeños focos de buenas iniciativas que pretendían ser el punto de partida del cambio. Tanto es así que consiguieron que fuera el alcalde y los concejales para reunirse con los vecinos y con Ítaca como entidad. “Nosotros queríamos que escucharan a los vecinos y que, a su vez, estos viesen que estaban aquí, y estuvo muy bien”.
Otra de las mejoras fue que muchos chicos estaban estudiando y todos demostraron interés en continuar después de los estudios obligatorios. Óscar cuenta que el hecho de llegar a cuarto de ESO en El Puche se entendía como un éxito y no continuaban estudiando. Sin embargo, se estaba haciendo un trabajo importante, también por parte del instituto, y se consiguieron avances.
También se creó una asociación nueva de vecinos en el barrio bajo el nombre de ‘Ohana tres corazones’. Está compuesta íntegramente por mujeres motivadas y con ganas de hacer cosas por el barrio. Una agrupación que nació buscando representar a todos los vecinos. Los tres corazones de su nombre es porque están representadas todas las culturas que hay presentes en el barrio. La asociación busca que el distrito avance y mejorar muchos servicios y deficiencias que arrastra la zona desde muchos años atrás, además de acercar a las administraciones.
El Puche confinado
Pero llegó el confinamiento y la situación cambió por completo. Óscar afirma que al barrio no le ha venido bien el coronavirus porque se está convirtiendo en un hervidero de problemas que se unen. En el caso del mercadillo, no está regulado y todo aquel que está en una situación difícil, y conoce este sitio, va y vende. El inconveniente reside en que venden de todo. Hay desde puestos de mercadillo normales, de fruta o ropa, hasta cosas que la gente coge de la basura y que finalmente se acumula allí.
Las mujeres que conforman la asociación Ohana piden que el mercadillo, que está causando tantos problemas en el barrio, se reubique en otro lugar porque donde está genera muchos problemas con los vecinos. Además, la colocación del mercadillo impide cualquier tipo de acceso de vehículos al barrio, y es especialmente preocupante en el caso de alguna emergencia. “Intentamos que se ordene y regularice respetando las medidas de seguridad, sobre todo ahora con el virus”.
“Antes de la pandemia el mercadillo era dos veces por semana y después del confinamiento empezó a ser de lunes a domingo, con la acumulación de basura que ello conlleva”. Y es que los residuos es otro de los problemas presentes en este barrio que, tal y como aseguran las vecinas, “hay una zona donde van los camiones a depositar residuos de todo tipo”. Y en un lado por exceso de basura y en otro por defecto de limpieza, desde Ohana reclaman la falta de poda de los árboles que contribuye a que algunos delincuentes los escalen y puedan entrar a las casas a robar. “Algunos vecinos los podan ellos mismos con el peligro que eso supone”, reclaman.
Como asociación, lo primero que hicieron fue redactar un informe analizando las deficiencias que tiene el barrio. Ahí se dieron cuenta de que hay muy pocos contenedores y que la cantidad de basura se acumula. Además, aseguran que no se recogen los residuos de forma diaria, por lo que acaban quemándolos y respirando ese humo durante horas. “El ayuntamiento está al tanto de todo, pero no nos dan solución. Entendemos que se tienen que poner de acuerdo para afrontarlo, pero hay cuestiones de emergencia para las que no obtenemos respuesta ni solución”.
Por otro lado, están empezando a llegar muchos chicos extutelados, jóvenes que llevan toda una vida de supervivencia. “Llevan 5 o 6 años fuera de sus casas luchando por llegar a la frontera. Una vez allí, la primera pelea es en Marruecos y luego cuando llegan a Ceuta o Melilla para llegar aquí, viniendo en patera o camiones… Eso conlleva años y una forma de ver la vida en la calle que les curte”, narra Óscar.
Las vecinas que conforman Ohana aseveran que el barrio es más inseguro que nunca. “Después del confinamiento y a raíz de la inmigración los centros de acogida y de menores se han saturado y la gente se ha venido a vivir a las calles de El Puche”. “Nos encontramos con un montón de menas que han alcanzado la mayoría de edad, los han echado de sus centros y hacen vida nocturna en el barrio molestando a los vecinos”. Jóvenes que están en la calle y que se localizan en su mayoría en el río. La dificultad de estos chicos no es el hecho de que vengan, es la inoperancia. Este grupo de jóvenes acentúa la estigmatización y marginación del barrio con sus acciones. “Las autoridades no trabajan con esta situación aun sabiendo que existe y su día a día se basa en beber, tomar pastillas y sobrevivir”, describe Óscar.
El cambio del barrio de El Puche pasa porque las administraciones se involucren con el barrio, por lo que desde la Asociación Ítaca están intentando acercarlos mutuamente. Han tenido varias reuniones con representantes políticos y consideran que como primer paso está genial. Sin embargo, han pasado muchos meses y no se ha recibido respuesta alguna ni hay trabajo detrás. “Sabemos que no es fácil pero cuando pasan muchos meses sin hacer nada la sensación de abandono es muy grande”, describe Óscar.