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El Desván pone fin a más de 40 años de vida en Almería

Juan Muñoz y Juana Rodríguez todavía guardan el primer billete de 1.000 pesetas que recibieron en la tienda

Tras más de cuarenta años levantando el cierre del local número 7 de la calle Alcalde Muñoz toca bajarlo. La legendaria tienda de El Desván está en liquidación y, si nada lo impide, en mayo cerrará sus puertas definitivamente; así lo han comunicado Juan Muñoz y Juana Rodríguez, los dueños del establecimiento.

Juana y Juan se conocieron cuando ella tenía 16 años y él 18. Dos años más tarde, para no tener que pedir dinero a sus padres para poder salir, comenzaron a hacer figuritas de arcilla y bisutería y a venderlas en la puerta del Mercado Central y en Simago. Ponían una mesa de playa y en ella todos los productos, pero era algo que únicamente hacían los fines de semana y en las vacaciones de verano, Semana Santa y Navidad; ya que ambos estaban estudiando.

Después, Juana terminó su preparación como Ayudante Técnico Sanitario e inmediatamente le llamaron del Hospital Torrecárdenas para trabajar de enfermera, donde consiguió una plaza en propiedad.

Juana Rodríguez con el traje de enfermera

Sin embargo, Juan se licenció en magisterio pero no se presentó a las oposiciones ya que eran muy duras, sacaban pocas plazas y participaba mucha gente; por lo que él siguió con ‘el puestecito hippie’.

Juana y Juan en su puesto

Juan relata que por aquel entonces para emanciparse tenían que casarse, y eso hicieron. A raíz de contraer matrimonio decidieron buscar un local para que el pequeño puesto que habían creado creciese más.

Fue el día 1 de diciembre de 1980 cuando la casa emblemática de Doña Paquita Navarro Monet, que construyó el arquitecto Guillermo Langle, abrió al público como tienda después de quitar las ventanas y sustituirlas por una puerta.

Desde ese día la pareja tiene miles de recuerdos en la retina y en sus manos, como un billete de 1.000 pesetas; el primero que recibieron y que aun conservan.

El primer billete de 1.000 pesetas de recibieron en el Desván

Un negocio familiar que empezó de cero y en el que para Juan su padre también ha sido un pilar: «venimos de no tener nada y hemos tenido que hacer casi todo nosotros. Las estanterías que hay las monté con mi padre. Se jubiló y hasta los últimos días de su vida ha estado viniendo a ayudarme, unos treinta años».

Comenzaron vendiendo productos creados, la mayoría, por ellos. Posteriormente, fueron introduciendo más genero de decoración y de listas de boda. «Tuvimos quince años muy bonitos con los regalos para las ceremonias, luego la gente empezó a poner la cuenta corriente y las listas de boda desaparecieron», afirma el dueño.

Aunque Juan estuviese todo el día a cargo de la tienda, Juana no se quedaba atrás. Iba por la mañana a trabajar al hospital y por la tarde a la tienda. Cuando tuvieron hijos ella pidió una excedencia porque su empleo en Torrecárdenas con el de El Desván no eran compatibles. Sin ella, para su marido, la tienda no hubiese sido igual: «aunque no esté aquí siempre, viene a comprar conmigo, hace los escaparates… no tiene horario de trabajo pero es quien le da el sabor y la vida a todo esto».

Los hijos de ambos también han aportado ayuda a sus padres durante esta andadura y han sido el mayor condicionante para que el matrimonio ponga fin a sus días laborales. «Llevamos aquí mas de 40 años y ya nos toca, hemos echado una vida entera. Los hijos se han hecho adultos y el problema ahora somos nosotros para ellos. No quieren que estemos más aquí porque ven que vivimos dentro de la tienda de nueve de la mañana a diez de la noche, y ya no puede ser», relata el padre.

Juana añade que les da muchísima pena cerrar El Desván y que han estado atrasándolo siete u ocho meses: «decíamos: nos tenemos que ir. Pero es que no queríamos, al final la pandemia y todo ha sido muy duro. Aunque lo definitivo han sido nuestros hijos. Nos han dicho: terminad ya con esto porque os merecéis otra cosa. Así que, ya estamos liquidando todo».

Ahora, como dicen sus tres hijos: Juan, María y Manolo; es hora de que Juana y Juan descansen y disfruten de la vida de otra manera. Aunque, los vecinos de la calle seguirán recordando el escaparate que han visto día tras día durante tantos años.

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