Valentía y penuria: el papel de las viudas alpujarreñas en la repoblación de Felipe II
Durante la rebelión de los moriscos muchas mujeres de La Alpujarra perdieron a sus maridos
Numerosos trabajos historiográficos son los que han puesto durante siglos en el punto de mira al hombre, mártires y soldados durante la repoblación de Felipe II. Quedando a un lado estudios sobre el papel de la mujer durante estos tiempos. Una mujer que con valentía debía enfrentarse a las penurias de la repoblación. Así, el historiador Valeriano Sánchez Ramos realiza un exhaustivo análisis sobre su vida en ‘Las viudas de la Alpujarra en la repoblación de Felipe II’.
Las viudas alpujarreñas constituyen los primeros contingentes poblacionales que se establecieron en estas tierras antes de la rebelión. Sus maridos habían muerto y ahora les tocaba sobrevivir sin apenas recursos. Como dice el autor de esta investigación, “este colectivo supo desenvolverse en su océano de penalidades con rapidez y autoridad dentro del marco de posibilidades abiertas con la expulsión de los moriscos”.
Durante la contienda estas mujeres fueron respetadas por los moriscos, aunque eso no impidió que sufrieran miserias. Lo que facilitó su liberación posterior fue su concentración en puntos bien concretos, donde los cabecillas rebeldes las tenían controladas. El mayor foco de cautiverio lo encontramos en la Alpujarra Occidental, en el Castillo de Jubiles, donde se hallaron cerca de 300 mujeres y niños prisioneros. Cuando este punto lo ocupó el marqués de Mondéjar, las mujeres cristianas liberadas fueron remitidas directamente a Granada con Trello González de Aguilar.
Otras fueron rescatadas por la destreza de algunos moriscos como el vecino Francisco Salamanca de Boloduy, quien escondió en su casa a un grupo de 15 personas durante 20 días. Conforme tenía lugar la liberación y rescate de estas mujeres, la opinión pública iba conociendo las atrocidades de los moriscos.
La posguerra morisca
Cuando la guerra acabó, las viudas comenzaron a volver a sus lugares de origen para reconstruir sus vidas de nuevo. Sin embargo, el miedo les impedía volver a la nueva normalidad. Aunque una gran mayoría decidieron quedarse en Granada, muchas otras decidieron concentrarse en el año 1574 en los municipios de Berja, Paterna del Río y Laujar de Andarax. Pero el lugar que concentraba un mayor número de viudas era Adra con 19 mujeres.
Tras la guerra ahora debían llevarse a cabo los apeos y deslindes de propiedades pertinentes. Y la presencia de viudas originarias de la tierra era importante en este aspecto, pues significaba la garantía de la continuidad en los propietarios anteriores, con todos los problemas que ello acarreaba.
Así, dejando al margen sus antiguas propiedades, las viudas pidieron compensaciones económicas al Rey Católico. Se habían quedado sin los sueldos de sus maridos y ahora no podían hacer frente a los gastos que conllevaba sacar adelante una familia. Así, el argumento presentado al Rey se basaba en una premisa bastante sencilla. Ellas eran el colectivo representante de los infortunios del pueblo cristiano-mártir antes los herejes; un pueblo que además veía cómo sus rentas mermaban por la guerra y expulsión de los moriscos.
Felipe II escuchó las quejas de las viudas y ordenó al Consejo de Población de Granada que les cediera algunas casas para alojarlas en la ciudad. Así, se eligieron casas de los barrios más deteriorados de la ciudad, como el de Albaicín, la Alcazaba y la Antequeruela. Pero el proceso de cesión de casas se demoró tanto que quedaron sin habitar.
Repoblación
Aunque la legislación impedía la participación de mujeres en la repoblación de Felipe II, estas se sumaron al proceso finalmente. Todo gracias al apoyo que recibieron de los originarios del Reino de Granada, pues se vieron sin repobladores para estas tierras. Así, las mujeres solo fueron admitidas como colonos por merced regia, es decir, de manera excepcional.
De este modo, para poner en valor sus derechos, las viudas unieron sus fuerzas y llevaron a cabo una solicitud colectiva para conseguir pensiones dignas. Todo para “enternecer el corazón del rey”.
Adra, lugar de viudas en pena
Como decíamos previamente Adra era la villa de asentamiento por excelencia de muchas viudas durante este tiempo. La dependencia casi absoluta de la paga que el rey les daba llevaba al límite a estas mujeres. Sobre todo cuando estas debían ocuparse de sustentar a sus hijos.
Pero el miedo a vivir una vida paupérrima no era el mayor de sus infortunios, pues existía el peligro de ser esclavas en un posible asalto pirático. Un ataque en el que la muerte no quedaba descartada.
Viudas y segundas nupcias
Aunque se establecen claras diferencias de riqueza entre las viudas originarias y de los repobladores, ambas estaban en situación de desamparo y soledad. Así, las segundas nupcias se convertían en un boleto de ida directo al acrecentamiento patrimonial. Sin embargo, su acceso al matrimonio era distinto. Una de las diferencias más notables entre ambos colectivos era la existencia o no de descendencia.
Las viudas originarias eran en su gran mayoría mujeres mayores con poca capacidad de fecundidad. Mientras tanto, las viudas de los repobladores solían ser mujeres jóvenes sin hijos. Así, estas últimas tenían más probabilidades de casarse con repobladores ricos, pues estaban amparadas por una fertilidad que las originarias no corrían la suerte de tener. Aunque, sea cual fuere el interés, ambos colectivos respondían a la misma estrategia matrimonial: “casar para acrecentar”.
Mientras las viudas originarias ricas buscaban mantener sus capitales, las repobladoras buscaban un mayor capital.