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Líjar y sus 100 años de guerra incruenta con Francia, un legado de valentía

"Solamente una mujer vieja y achacosa, pero hija de España, degolló por si sola 30 franceses que se albergaron, cuando la invasión del año ocho, en su casa"

Entre montañas y pinares encontramos Líjar, el pueblo almeriense que decidió declarar la guerra a Francia en 1883. Cien años de enfrentamiento incruento transcurrieron cuando se firmó la paz entre ambos, el 30 de octubre de 1983. Pero, ¿qué ocurrió para que este pueblo de tan solo 28 kilómetros cuadrados de superficie y unos pocos cientos de vecinos iniciara una contienda contra toda una nación? Veamos cómo el libro ‘Líjar y la guerra del siglo con Francia’ narra este singular suceso.

Pueblo de Líjar, foto realizada por Andrés Carrillo Miras

Las raíces del conflicto

“Líjar demostró su orgullo y bravura en la declaración de guerra a Francia […] los ciudadanos de Líjar vivieron y realizaron estos hechos simplemente por el insulto a un rey, simplemente por demostrar que ellos no tenían miedo, fueron, sin duda, un pequeño David ante un gran Goliat”. Así es cómo el libro ‘Líjar y la guerra del siglo con Francia’ comienza a relatar esta historia poco conocida entre los almerienses.

Todo comenzó cuando el Rey Alfonso XII, quien había subido al trono español restaurando la monarquía legítima, decidió emprender un viaje de incógnito hasta Múnich. A su paso, viajó por París y más tarde recorrió los imperios germánicos en una extensa visita de carácter militar. Esto no le gustó nada a Francia, pues aún estaba herida por la derrota de 1879 contra las tropas de Bismarck.

Cuando el Rey se encontraba en los imperios alemanes del norte, presidió desfiles y otras maniobras militares con el uniforme de coronel de los Hulanos. Este era un regimiento que se encontraba de guarnición en Estrasburgo, ciudad arrebatada por Alemania a los franceses.

Muera el Hulano

Alfonso XII vistiendo el uniforme de coronel honorario del 15º Regimiento de Hulanos regalo del káiser Guillermo I en su vistia a tierras Germanas

Más tarde viajó a Francia sin hacer caso de los avisos de peligro. No se amedrentó y continuó su viaje. De esta manera, el 29 de septiembre del año 1883 fue recibido por el presidente francés Jules Grévy. La muchedumbre se agolpaba en la estación del Norte donde fue recibido con gritos y abucheos. Entre ellos se escuchaba “Muera el Hulano” y “Viva la República”.

Don Alfonso no se inmutó y continuo su recorrido paseando por los bulevares de París acompañado por el General Blanco. Ante este acto de fortaleza, el pueblo de Francia se le rindió y el presidente Grévy le dio toda clase de explicaciones. Cuando el Rey volvió a Madrid, la ofensa ya estaba pagada y a nadie parecía ya importarle. Pero, de repente, apareció este pueblo de Andalucía, Líjar, al que poco le valieron las disculpas del presidente de la república.

La declaración de guerra

Ante este acontecimiento, el alcalde de Líjar, Don Miguel García Sáez, decidió convocar el 14 de octubre de 1883 al consejo del pueblo. Tras exponer el suceso con un brillante discurso, la Corporación del Ayuntamiento acordó declarar la guerra a Francia. Así, se procedió a la redacción de un comunicado que fue dirigido directamente al presidente de la República Francesa. Con anterioridad ya habían avisado su decisión al Gobierno Español, haciendo que el Rey Alfonso XII se sintiera halagado al recibir tal patriótica acta. El gobierno y el gabinete de Sagasta dimitieron tres días antes de la declaración de guerra de Líjar.

Foto de D. Miguel García Sáez

Transcripción literal de la declaración de guerra

«Srs. del Ayuntamiento Miguel García Sáez, Juan Martínez, Daniel Molina, Nazario Sáez, Juan Díaz, Raimundo López, Francisco Martínez, Antonio Martínez, Andrés Martínez y Francisco García. En la villa de Líjar a catorce de octubre de mil ochocientos ochenta y tres, reunidos los Srs. del Ayuntamiento que al final suscriben, en Sala Capitular y Sesión Ordinaria bajo la presencia del Sr. Alcalde D. Miguel García Sáez. Abierta la sesión se dio lectura del acta de la anterior y se aprobó por unanimidad.
Se dio cuenta de cuantas órdenes se han recibido en la semana y se acordó su cumplimiento por quien corresponda. Por el Presidente se hizo saber al Ayuntamiento, que al pasar por la Ciudad de París, el Rey D. Alfonso de regreso de su viaje el día veinte y nueve de septiembre
último, fue insultado, apedreado y cobardemente ofendido por turbas miserables, pertenecientes a la Nación Francesa.

Que el más insignificante Pueblo de la Sierra de los Filabres, debe de protestar en contra de semejante atentado, y hacer presente, recordar y publicar, que solamente una mujer vieja y achacosa, pero hija de España, degolló por si sola treinta franceses que se albergaron, cuando la invasión del año ocho, en su casa.

Que este ejemplo solo, es muy bastante para que sepan los habitantes del Territorio Francés, que el pueblo de Líjar, que se compone únicamente de trescientos vecinos y seiscientos hombres útiles, está dispuesto a declararle guerra a toda la Francia, computando por cada diez mil franceses un habitante de esta villa. Pues es necesario que sepa el Territorio Francés, que España ostenta en su escudo, la insignia de más valor que puede ostentar la primera nación del Mundo. Tiene en nada menos que un León.

Cuenta la Historia Española, un Sagunto, un San Marcial, Bailén, Zaragoza, Otumba, Lepanto y un Pavía, que ninguna Historia de las que se conocen hasta el día puede presentar ejemplos tan terribles.

Que un Carlos Primero de España, supo hacer prisionero a un Rey Francés, y cuando lo guardaba en Castilla, con cuantas consideraciones se albergan únicamente en pechos Españoles, supo él solo atravesar, la Francia aterrorizando con su figura el Mundo. Que también hubo un Felipe Segundo, que en su reinado supo abarcar de uno a otro confín de la Tierra y que ahora, cuando el Pueblo de España, no cuenta ni con un Gonzalo de Córdoba, ni con un D. Juan Chacón, ni con un Conde de Gabia, ni un Dureña Ponce, hay todavía vergüenza y valor para hacer desaparecer del mapa de los Continentes a la Cobarde Nación Francesa.

El Ayuntamiento tomando en consideración lo expuesto por el Alcalde, acuerda unánimemente declararle Guerra a la Nación Francesa, dirigiendo comunicado en forma debida directamente al Presidente de la República Francesa, anunciando previamente al Gobierno de España esta Resolución. No teniendo ninguna otra cosa que acordar, se levantó la Sesión, estampando la presente acta, que firman los Srs que sabían y los que no signan, de que yo el Secretario Certifico.»

Firma del tratado de paz

‘Líjar y la guerra del siglo con Francia’ cuenta cómo el día 30 de octubre de 1983 tuvo lugar la firma del tratado de paz entre el país y el municipio de Líjar. El alcalde Diego Sánchez Cortés sería el artífice de reunir el día 22 de octubre al cónsul francés en Málaga Charles Santi y al director provincial de la administración provincial, Fernando Fernández Montero. Entre otras personalidades, al acto acudieron figuras como el vicecónsul de Francia en Almería, René Bizet. Todo para finalizar estos cien años de guerra sin armas con Francia.

Tras la celebración de una misa a las 11:30 de la mañana, se descubrieron tres placas. Una que conmemoraba la paz, y otras dos que daban el nombre del alcalde a una calle y la denominación de la ‘Plaza de la Paz’ a la plaza principal del pueblo. A partir de ese momento se sucedió la ‘I Semana de la Paz’, que transcurrió con un éxito rotundo acompañado por distintos actos y coloquios.

Fotografía del día de la firma del Tratado de Paz, obtenida del libro «Lijar y la Guerra del Siglo con Francia»

Durante los siguientes años se celebraron otros actos, talleres y charlas que comentaban lo acaecido durante esos años. “Líjar debe estar orgulloso de haber levantado la cabeza ante aquellos hechos, cuando todos callaban solamente ellos alzaron la voz y no contra un rival más débil, sino contra toda una nación”. Así es cómo el libro despide este capítulo de la vida de Líjar. Un libro que el mismo pueblo considera una pequeña aportación con la que pretenden contribuir a que este acto de bravura no caiga en el olvido.

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