Juegos de mesa
Puede parecer mentira, pero los primeros juegos de mesa de la historia, antes de estar destinados a ser practicados al aire libre, tuvieron su primer posicionamiento en el tablero. Sí, quizás el primer juego de mesa que existió fue el de la gallinita ciega, ya que el ser humano siempre se ha expuesto a dar palos de ciego por doquier. Siguiendo esta estela de denominación de los juegos con nombres de animales tenemos el marro marrano, cuya impronta fue universal al añadirle la fundamental frase “pa ti y pa tu hermano”, lo que aclara sin atisbo de duda su origen familiar. El juego perros y gatos también se origina debido a esta lucha de contrarios, y el puño o vaina, también conocido como churro, manga, mangotero. Bien es sabido que los juegos de mesa se originan en las casas donde se ponía un tapete sobre la mesa para comer.
La costumbre de jugar, por tanto, viene relacionada con el hecho de comer. Algunos autores no se ponen de acuerdo en relación a algunos juegos amatorios como el de bajar al pilón, hacer el misionero o la carretilla, al considerar que pueden ser jugados en otras superficies que no sean necesariamente tabulares. La invención de la rueda y el mantel de cuadros traslada estos juegos al campo, convirtiendo a los seres humanos convencionales en domingueros.
Del glutamato a los gusanitos
La feroz oposición por parte de ciertos sectores rurales del ejercicio de estos juegos en zonas de pastoreo fue imponiendo poco a poco la socorrida vía dominical de la historia universal por fascículos, dando inicio a la implantación de los kioscos en rutas comarcales. La posterior refinación del glutamato y su conversión en gusanitos ha hecho de estas arquitecturas efímeras lugar de paso obligado para todas las madres cuyos hijos están en proceso de dentición.
Una ulterior evolución del juego de mesa nos lleva a la guerra termonuclear o al trivial, al ajedrez o el backgammon, aficiones muy sanas si se dispone de esquizofrenia o tiempo libre. Pero vayamos a la historia universal por fascículos.