Un complejo trasiego de vuelta a casa
¿Qué pasa por la cabeza de una estudiante cuando comienzan a cerrar aeropuertos y le pilla en 'tierra de nadie'?
Supongo que nadie se había preparado para que un virus acabara en cuestión de días con lo que escasas mentes sabias habían sabido aprovechar hasta ahora. Yo no me considero de ese colectivo, ilusa de mí no pensaba que una inapropiada decisión y una pandemia mundial, obligarían mi retorno a Almería. Chocaba con una realidad en la que abundan mascarillas y guantes, poniendo puntos suspensivos a una etapa que lucha para no convertirse en punto y final.
Soy consciente de que posiblemente estemos ante una situación para lo que no se nos había preparado, y que seguramente mi historia es simplemente una pizca de sal esparcida entre tanto dolor. Hace siete meses ponía rumbo a una de esas experiencias que ya me anunciaban que quedan clavadas, ahora puedo confirmarlo, mi ‘Erasmus’. Yo nunca me había planteado esa propuesta hasta que de repente te ves en tercero de carrera, con una media alta y la posibilidad de elegir destino. Nunca he sido de tener nada claro, si algo me define, aunque luche contra ello, es la indecisión.
Decisiones que te cambian
En mí no residía la posibilidad de alejarme de mi abrasadora Almería para irme casi al país de Narnia. Sin embargo, hay decisiones que te cambian y mi interior solo podía decirme que no me arrepentiría. Cuando escucháis la palabra mágica ‘Erasmus’ solo viene a tu cabeza: otro país, un idioma con el que te manejas justo, independencia, viajes, fiesta, fiesta y más fiesta. La oportunidad de llegar a un sitio siendo tú sin trabas, dispuesto a entablar amistades como cientos de adolescentes más. Pero de repente, un día el mundo se para y ninguno de nosotros sabemos cuándo el virus se irá para que nosotros nos volvamos a encontrar.
Mi destino ha sido Lodz (Polonia), país económico y desde donde recorrer Europa sale muy rentable. Algo ventajoso hasta que te cruzas con una pandemia, que hace tambalear todos esos planes que habías formado con ilusión. La situación ya era inestable en Italia y España. Se aproxima en el calendario marzo donde me iba tres días a Edimburgo (Escocia), uno de los destinos que más deseaba. Conforme más se acercaba la fecha, más me inundaban las dudas para realizar ese viaje. Fue un constante de “bueno, son dos días y medio…”, “Polonia no está muy afectada, si España no ha cerrado fronteras todavía, como lo va hacer Polonia”, y así hasta en contra de opiniones de alta carga, fue como decidimos llenar nuestra mochila de una mezcla de delirio y esperanza.
Llegamos al aeropuerto Varsovia-Modlin, un aeropuerto más intransitado de lo usual, como me he definido anteriormente si algo destaca en mi es la indecisión, y esta vez no iba a ser menos. Las dudas se apoderaban cada vez más de mí, pensando en mil motivos por los que no subir a ese avión. Sin embargo, la calma llegó a mi cuando decidimos preguntar a un trabajador del control de seguridad si estaba seguro de que en dos días podríamos volver a Polonia. Su serenidad al transmitirme su opinión de que no habría ningún problema y que confiase en él, fue lo mínimo que necesité para embarcar rumbo a Edimburgo. ¡Qué inocente yo!
Escapada a Edimburgo
Todo iba sobre ruedas, estábamos en Edimburgo, dispuestos a aprovecharlo. Lo que no pude adivinar, fue cuando al día siguiente después de patear la ciudad y varios ‘freetour’ descansábamos para tomar un cálido café, cuando saltó la noticia de que el primer ministro de Polonia acababa de comparecer anunciando que el país cerraba sus fronteras la madrugada del sábado al domingo. Como la suerte no iba conmigo, mi vuelo salía a Varsovia el domingo a las 9.00 a.m.
Al principio todo fueron carcajadas lo que nos causó la noticia, no obstante, poco a poco se desvanecieron. Nuestra primera ocurrencia fue comprarnos un vuelo para el sábado, antes de que se produjese el cierre, era lo más sensato. Fueron exactamente 15 minutos lo que tardamos en el trayecto al apartamento, el mismo tiempo en el que se agotaron absolutamente todos los vuelos desde Edimburgo a cualquier ciudad de Polonia. Del mismo modo, España esperaba ese mismo sábado que Pedro Sánchez anunciara al país lo que acontecía.
En tierra de nadie
Nuestra primera opción era poner rumbo de vuelta a Polonia, por lo que llamamos a la Embajada de España en Varsovia. No sabían transmitirnos nada con franqueza, estaban saturados. Les informamos nuestra idea de viajar el domingo a Polonia a la hora establecida, con la posibilidad de identificarnos como estudiantes polacos, pero no supieron asegurarnos nada, el ministro acababa de comparecer y no había nada detallado aún con claridad. Lo único que nos dejaron claro es que teníamos que tomar una decisión sin calma, debido a que si España cerraba fronteras también, nos esperaba un futuro incierto en Edimburgo.
En ese momento, el pánico se apoderó de mi, y aquellas risas del principio se habían convertido en arrepentimiento de no haber sido más responsable, pero no era momento para lamentarse. Sin más dilación procedimos a llamar a nuestras respectivas familias, con la cabeza agachada y la voz tenue, aunque ellos no pudieran vernos. Al principio, era de esperar que caería algún “te lo dije”, y aunque en mi interior pensaba que nadie supo prevenir que en un día Polonia cerraría fronteras con tan solo 100 infectados en el país, lo aceptaba. Sin embargo, parece que con 21 años tomar alguna nefasta decisión no parece tan grave, y mi familia me arropó.
La decisión fue clara, colgué el teléfono y mi pareja y yo miramos el primer vuelo del sábado dirección Edimburgo- Alicante. No podíamos arriesgarnos a quedarnos en ‘tierra de nadie’, aunque la dueña del apartamento desde el primer segundo que nos vio con semejante apuro fue de lo más comprensiva. Destacar su generosidad al ofrecernos si surgía algún problema, hospedarnos el tiempo necesario. No obstante, las prisas se apoderaron de nosotros contemplando que al día siguiente el presidente de España, podría tomar la misma decisión que Polonia el día anterior.
Miedo y obsesión
A la mañana siguiente, nos encontrábamos con una única mochila con ropa, terror por no poder regresar con nuestras familias, o peor aún, infectarnos en el trayecto y contagiar a más gente. Tengo que reconocer que la obsesión me dominó, no tocaba casi nada, me echaba continuamente desinfectante en las manos, y me cubría medio rostro con una bufanda a falta de una mascarilla. Realmente parecíamos dos exiliados, llegando a un refugio con ansia de tranquilidad.
Fue una irresponsabilidad por nuestra parte haber emprendido ese viaje a sabiendas que la situación europea cambiaba en décimas de segundo, podría decir que me arrepiento, pero no lo siento. Las cosas siempre pasan por algo, y era el momento de llegar a ese aeropuerto abrazar a mis padres, y volver a casa antes de que todo empeorara. En ese instante que me subí al coche camino a Almería, aun no era consciente de que ese aterrizaje me devolvía a mi lugar y a la vez me alejaba de ese sueño.
Me separaba de mi novio sin fecha de reencuentro, dejaba en Lodz una vida que había construido en seis meses, amigos que se habían convertido en familia, absolutamente todo mi armario, pero no había nada que me produjese más congoja que no tener la certeza de volver a esa ciudad que cuando la conocí no se acercaba a ser la más cautivadora de Polonia, pero que sin duda se había convertido en el lugar más especial en mi vida.
Desde ese momento, me encuentro en un angustioso confinamiento, como el resto de almerienses en el que no hay fecha de retorno a la felicidad, y donde cada día los aplausos de los sanitarios a las ocho nos recuerdan que ha pasado otro día más. Pero al final siempre llega la noche, donde todo se convierte en ansiedad por pensar que mañana será igual que las semanas anteriores. O a veces, simplemente llega la esperanza, de pensar que mañana abrazaré a mi familia sin miedo y correré en busca de mis amigos para solamente reír con ellos, y entonces cierro los ojos y puedo dormir.
Es momento de llenar cada milímetro de vosotros de ilusión, porque volveremos a pasear por ‘La Rambla’, llenaremos esos bares que nos necesitan más que nunca, e iremos a nuestras inexplicables playas conscientes de que es un privilegio que un día se nos puede arrebatar. Estoy segura de que la vida volverá a ser vida, y nosotros habremos aprendido a vivirla.