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El Joker

1998. Me subo por primera vez a un escenario a intentar hacer reír al público. Fue en El Zaguán, el mítico café teatro de Almería. Dos risas en cinco minutos de actuación. Ninguna la provoqué yo. Fue un borracho al final de la barra. Con sólo dos frases. La primera, dirigiéndose al dueño del bar, divertido ante el fracaso que supuso darme la oportunidad de pisar su escenario; “Alfredo, ¿qué me traes?” La segunda, aprovechando el silencio incómodo de un público que no entendía nada de lo que contaba ese joven gilipollas que tartamudeaba en cada chiste erróneo; “Pon música”.

Humillado, bajé del escenario y me dirigí a paso ligero hacia la puerta del local, con la firme convicción de no volver a intentar hacer reír a nadie nunca más.

Fernando Labordeta me cortó el paso. Él fue el artífice de todo. El culpable de que siguiera en esto. Me pidió que repitiera la noche siguiente. Si volvía a ocurrir lo mismo no volvería a insistir. Le hice caso. Una sola carcajada obtuve en cinco minutos. Suficiente para engancharme para siempre a la comedia.

No eres necesario

La primera lección como cómico; no eres necesario. Nadie quiere verte. Tienen prisa. Sólo te van a respetar los que ya te conocen. Cuando no eres nadie no te respetan. Al público te lo ganas a golpe de fracaso, vejación y derrota.

Para llegar a conseguir sus risas tienes que llorar. Y nunca conseguirás gustar a todos.

Siempre me llamó la atención la agresividad de algunos con los cómicos que no son de su agrado. Pondré un ejemplo con el que te sentirás identificado, te dediques a lo que te dediques: Estás con un grupo de gente en una celebración, les acabas de conocer y te caen bien. Se te ocurre contar un chiste a esa decena de personas para ganártelos un poco más. Uno que a ti te hace mucha gracia. Lo cuentas. Nadie se ríe. Repites el final, con la esperanza de que ahora sí lo entiendan. Siguen sin reírse. Te ríes tú para cubrir el silencio mientras te secas el sudor frío de la frente. Escuchas a uno de ellos murmurar “qué malo”. Pues multiplica ese grupo por 100. A eso nos enfrentamos “los monólogos”.

De la violencia ligada indefectiblemente a la comedia va ‘Joker‘. De cómo la cordura desaparece en favor de la comedia. De cómo la comedia no existe sin la tragedia.

El guasón, el bromas, o el monólogo si el personaje fuese español es un personaje que fascina a todo el mundo. Porque cae bien. Es violento, pero tiene sus puntos. Es un monstruo creado por la gente normal, por los que se ríen con la broma ya cocinada.

Batman es un pijo

Batman es un pijo que no cree en la separación de poderes. Actúa al margen de las fuerzas de seguridad del Estado con la complicidad del comisario Gordon, un personaje a medio camino entre Amedo y Domínguez. Es tu cuñado en nochebuena diciendo que hay que actuar allí donde la ley no llega. Pero con pasta. Con sus drones en el sótano. Un fantasma que presume de cochazo y que se viste de murciélago para luchar por el orden y la ley pasándoselos por el forro de los calzoncillos que se pone por fuera del pantalón. Y con un mayordomo que le cocina.

El Joker viene de abajo, del fango. Quiere acabar con el sistema que hizo de él lo que es ahora, y haciendo reír por el camino.

El propio Tim Burton reconoció que cuando aceptó el encargo de dirigir ‘Batman‘, se dio cuenta a medida que avanzaba el proceso creativo de que Bruce Wayne le caía como el culo y que el payaso era el que realmente le interesaba. De ahí que lo convirtiera en el verdadero protagonista de la historia, relegando al murciélago a una mera comparsa.

Ninguna gracia

Todd Phillips ha culminado esa idea en una película sin el niño mimado que responde todas las preguntas que el púbico se hace cuando descubre a un nuevo cómico: “¿De dónde eres?, ¿cómo empezaste en esto?, ¿sólo vives de esto?” Y sí, podrás comprobar que el payaso más brillante no es unas castañuelas, ni tiene a su mujer todo el día “entretenía”, ni tu primo es más gracioso que él, tu primo si quisiera no humillaría a los demás humoristas con sus chistes de pueblo. Tu primo tiene la misma gracia que el día a día del payaso más genial; ninguna.

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Paco Calavera

Soy comediante, payaso, titiritero, bufón y más cosas que me voy a callar.

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