Piratas, saqueos y contrabandistas: Almería durante el siglo XVI

El tráfico del botín humano quedó en un segundo plano cuando se inició negocio del hachís magrebí

Tras la conquista castellana del Reino Nazarí de Granada desaparecía la frontera terrestre entre ambas culturas: la cristiana y la islámica. La lucha que se había mantenido hasta entonces tierra adentro se traslada ahora al Mediterráneo, fomentando la piratería y los saqueos. Turcos y berberiscos toman ahora el relevo de sus hermanos de sangre en este histórico enfrentamiento de religiones, convirtiéndose en piratas de la costa de Almería.

Estos mismos son quienes se encargarían de castigar las costas almerienses durante el siglo XVI. Dominaban muy bien el terreno, gracias al conocimiento facilitado por los moriscos que lograban emigrar hacia el Norte de África y aquellos otros que fueron expulsados durante la rebelión. Mientras el siglo avanzaba los ataques y los saqueos se intensificaban. Muchos de ellos quedaron en meras tentativas. Otros muchos alcanzaron el éxito.

Guerra y repoblación

Entre los saqueos más importantes, destacan el de Lucainena en 1555 y 1566, el de Níjar de 1562, el de Tabernas de 1566 o el de Cuevas del Almanzora de 1573. Tras las fechorías, los saqueadores se dirigían a los puertos norteafricanos para vender el botín humano logrado. Los frailes acudían a menudo para negociar y pagar los rescates.

A pesar del saqueo de 1570, las tierras almerienses no quedaron despobladas. Aún sobrevivían algunos cristianos viejos, concentrados en las ciudades de la costa de Adra, Almería y Vera, así como en las principales poblaciones de los señoríos más importantes. La de los marqueses de los Vélez y Villena.

Las ciudades se fueron repoblando poco a poco, comenzando por aquellas donde las tierras eran más fértiles y alejadas de la costa. Las más pobres y peligrosas eran ocupadas por moriscos y piratas berberiscos que acudían a Almería.

Desde 1571 hasta 1620 la provincia gritaba auxilio. Las cuadrillas de moriscos recorrían la tierra asesinando y asaltando por donde pasaban.

Las calas de Cabo de Gata servían de zonas de descanso y penetración por los piratas argelinos y berberiscos pues eran zonas de difícil vigilancia. Algunas comarcas, como la de Sierra de Filabres y Almanzora Medio, fueron imposibles de ser repobladas durante seis años. Así, ante la necesidad de reforzar la seguridad, se continuó fortificando la costa, siguiendo la construcción iniciada por el reino nazarí y continuada por los Reyes Católicos.

«Faro de Cabo de Gata» es imagen de JuanMercader bajo la licencia de CC BY-NC-ND 2.0.

Sin embargo, las torres y fortalezas demostraron ser insuficientes, recurriendo a un sistema de vigilancia continua mediante galeras. La captura de piratas comenzó a ser recompensada por los reyes y la presión se va haciendo insoportable para los moriscos.

De piratas a contrabandistas

Pasa el tiempo y aparecen piratas en Almería con nuevas voluntades. Se produce un auge del contrabando de tabaco y hachís magrebí, objetivo principal hacia el que se dirigía los nuevos cuarteles de la Guardia Civil. Este capo de contrabandistas comienza a influenciar la vida y hacienda de las poblaciones de Cabo de Gata y Aguamarga. 

Se reunían en los sitios más insospechados para descargar su mercancía. Galerías y depósitos eran ocupados por el género, una riqueza cuya pérdida causaría la ruina de muchos. El camino subterráneo que atravesaba el cerro del Cinto contaba con ajetreo todas las noches. Hasta la entraña del cerro de los Lobos estaba llena de contrabando.

El negocio era crucial para los contrabandistas pues los años de sequía no perdonaban y la pobreza y el hambre se hacía con las tierras de Almería.

Fuente: “Una de piratas…y contrabandistas” (1998), Andrés Cabrera López.

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