El origen de la unión de migas y lluvia en Almería

Los almerienses comparten todo lo que tienen con sus familiares y vecinos, en la vida y en las migas

Hoy es uno de esos días en Almería en los que los almerienses con raíces de esparto miran al cielo extrañados y celebran que no salga el sol. Si las nubes son gris oscuro comienzan a sonreír y si además hay motas en el suelo de que ha chispeado de madrugada comienzan a dar saltitos de alegría. Entonces comienza un ritual único e irrepetible, que solo se conoce en este rincón árido del sur de España: el ritual de las migas. Pero, ¿sabéis cuál fue el origen de la unión de migas y lluvia en Almería?

No se conoce que haya ninguna otra ciudad en España que tenga un ritual climático-gastronómico semejante, donde a un fenómeno meteorológico como es la lluvia se le une se una comida determinada.

Lluvia y migas, de toda la vida

Me pasaba de niño. Era llover y comenzaba a saltar en los charcos. En mi mente ya no había otra palabra que “migas”. Si estaba en el colegio suplicaba en silencio que mi madre o mi abuela siguieran el ritual para yo completarlo a la vuelta.

Años después, estando en la universidad e investigando en la hemeroteca de la Facultad de Filosofía, encontré por casualidad una publicación de antes de la guerra: Actas Etnogastronómicas. Sin duda sería tarde y tendría hambre aquel día porque yo buscaba en realidad algo de Wittgenstein. Cogí un volumen al azar y me encontré en el índice el siguiente título: “Rastreo etnográfico por las migas en Almería”. Me lancé a leer esas páginas como si se tratara de un plato de migas.

No le di importancia entonces, pero ahora que veo el cielo encapotado de mi Almería me han venido los recuerdos. Aquel escrito era en realidad una crónica más que un estudio científico, el recuento vivido de un joven antropólogo de Liverpool que apasionado de Almería se decidió buscar y hallar el origen de este ritual de las migas. Más años después aún, un día lluvioso de 2019, os comparto en esta estupenda página un resumen de lo que leí.

Rastreo etnográfico por las migas en Almería

 John Winston Konigsberg era hijo de un importador de uvas inglés y desde que en uno de los viajes de su padre lo acompañara a Almería quedó prendado por nuestra polvorienta ciudad sin asfaltar, de casas bajas, luz cegadora y viento salvaje. Las migas las conoció en el bar Amanecer frente al Puerto, donde su padre terminaba de cerrar los contratos antes de que zarpara el mercante para Inglaterra.  Como Gerald Brenan, John cogió un atillo con su libreta, un morral, una cantimplora y aprovechando los contactos de su padre uno de los pocos coches a motor de entonces lo llevó hasta el otro lado de Sierra de los Filabres, en el valle del Almanzora, donde había oído que se hacían unas tortas de harina parecidas a las migas. Con algunas de esas tortas en el morral y a lomos de una burra comenzó a andar los caminos de pueblo en pueblo hacia la ciudad de la que había partido. En todos los caminos por los que paraba, veía a gente luchando contra la tierra seca y preguntaba: “¿Por qué se hacen migas cuando llueve?”. La mayoría de los lugareños levantaban el lomo y sonreían, por la pregunta extraña y más aún por el aspecto de aquel joven color tocino sin curar.

Tuve la suerte de fotocopiar la última página de aquel trabajo etnográfico, donde John Winston reproduce la parte final de su cuaderno de campo.  Con su transcripción concluyo este artículo con tintes historiográficos poco habituales en Internet:

La amistad es el mejor alimento de la gente pobre

Séptimo día de mi viaje en mula por Almería. Llegué de regreso a la ciudad. Fin de mi trabajo de investigación y vuelvo a mi universidad de Liverpool. Escondido tranquilo en la bodega del ‘Penny Forever’ y rodeado de barriles con recias uvas apretadas concluyo que he fracasado en mi objetivo de saber por qué las migas se comen en Almería especialmente cuando llueve. Quizás no era esa la pregunta que tuvo que haber guiado mi trabajo de campo. No se si algún día encontraré una respuesta científicamente rigurosa o ésta se perdió en el tiempo. Sólo me cabe lanzar hipótesis a la espera de que en el futuro alguien retome mi trabajo. He descubierto en este viaje que la amistad es el mejor alimento de la gente pobre. Les da una energía especial necesaria en esta tierra, se la pasan unos a otros para sacar adelante lo poco que este suelo baldío le devuelve tras mucho trabajo.

La gente y la vida de antes

“Venga forastero, venga pacá y eche un trago a la bota.  Esta agua colorá como el sol le quitará la sed pal camino. No verá un vino como éste a una legua vista”, anoté cuando me paré en Los Caraños.

He conocido gente con más propiedades valiosas dentro de sus cuerpos y almas que por fuera. Casas de pizarra con apenas dos habitáculos para familias enteras. He descubierto que por ello estos almerienses comparten todo lo que tienen con sus familiares y vecinos, en la vida y en las migas. Unos ponen la harina, otros el tocino, la asadura y las costillas de la matanza; otros tenían reservadas sus mejores aceitunas curadas; otros fueron a arrancar rábanos de su roal de tierra. Si estás en la mar, los pescadores entregan sus mejores piezas y si es zona de parrales, alguien trae el vino.  Solo hasta acercarme a la costa y ya en la ciudad de vuelta he visto un jurel o un arenque sobre las migas.

Fotografía: Noche de las migas en Topares (Almería)

Una paila y cucharas para todos

Las mejores migas que he comido han sido las que estaban en una enorme paila -a big pan- de la que todos los comensales cogían a cucharadas libres y de pie. Todos eran iguales alrededor de ella, mujeres, hombres y niños.

Durante mi ruta etnológica solo chispeó en una ocasión. Duró poco, insuficiente para captar en vivo la reacción de los lugareños. Hubiera sido un testimonio fundamental. Creo que las migas no son solo una comida, es una enorme celebración de la gente humilde de Almería que se une a otra fiesta, la llegada de la lluvia. Unen la tierra con el cielo a través de este ritual gastronómico. La lluvia es tan escasa en esta tierra cuarteada que no pueden dejar de celebrarlo con esa humildad del que pide sin esperar.  Y agradecerlo.

Las migas son humildes, las hacen de esta forma tan humilde con el grano más sagrado que da la tierra.  Pero también tienen sus excesos. En Gérgal, un campesino llamado Pedro Onrea me contó que la lluvia puede ser tan dañina como unas migas excesivas y que cuando sale la rambla más vale correr y ponerse en alto.

Migas con acento inglés

Las migas han cambiado de ornamentos a lo largo de mi periplo por montañas, parrales y ramblas secas. En todos los pueblos en los que paraba, en pequeñas casas como cajas o en fondas con la cuadra al lado pedía migas y en todos, la gente se extrañaba de ello. Me han visto como un extraño ser pero siempre me han acogido y me han hablado de esta comida. Y al final hemos comido entre risas y bromas por mi acento inglés.

Se que mi objetivo era científico pero al final me he dado cuenta de que la ciencia no puede captar la esencia del ser humano, en el amor, la guerra o la amistad. También he descubierto que se puede aprender más de las personas alrededor de unas buenas migas, aunque no haya llovido.

Espero que al igual que yo, como buen almeriense, hayas disfrutando leyendo estas palabras, tanto o más que comiendo un buen plato de migas, uno de los platos más típicos y legendarios de nuestra tierra.

Salir de la versión móvil