De Almería a Bedford, la odisea de trabajar en el extranjero

Hablar inglés es solo el principio...

La psicóloga almeriense Verónica Pírez, nos cuenta su experiencia personal y laboral al tener que emigrar de Almería a Bedford, Inglaterra.

Experiencias que te da la vida

«Acabé mis estudios de Máster en Madrid y me volví a Almería, esperando poder dedicarme a algo relacionado con lo mío, la Psicología. Después de vivir en un estrés permanente con tres trabajos, dos cursos formativos y dos voluntariados, todo ello al mismo tiempo, me llamaron por haber sido seleccionada para un puesto de trabajo en Inglaterra.

El puesto era para trabajar en un hospital de Salud Mental en Inglaterra. En la oferta de trabajo buscaban trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales y psicólogos.

Me puse contentísima y di saltos de alegría cuando, tras dos entrevistas vía Skype, me comunicaron que había sido seleccionada para un Hospital en Bedford.

Todo parecía ideal, pues yo sólo tenía que pagar el vuelo. Sin embargo, ellos se encargarían de facilitarme alojamiento y comida durante un mes, ayudarme a encontrar residencia en Bedford, Inglaterra y proporcionarme formación gratuita para la empresa.

El lunch inglés

Una vez allí experimentamos en primera persona lo que era comer todos los días un sándwich prefabricado, una bolsa de patatas fritas y una pieza de fruta. Es el típico lunch inglés que tanto aman.

Al cabo de una semana en Inglaterra, la gente empezó a encontrarse mal y ponerse enferma, porque, además, no teníamos acceso a ningún tipo de cocina. Estábamos sobreviviendo a base del desayuno inglés en el hotel con habichuelas y huevos. Sándwiches, patatas fritas en la empresa, y humus que conseguíamos en la única gasolinera que había en Sandy, eran nuestra dieta.

Había una tienda en el centro del pueblo, pero para llegar a ella teníamos que atravesar una autovía sin acceso o cruce para peatones. Además, no he comprendido aún por qué en este país no necesitan alumbrar las calles con farolas.

Todo está a oscuras a partir de las 18:00 h. Algunos del grupo intentaron ‘cocinar’ fideos y sopas con la tetera de agua caliente que había en la habitación del hotel, pero no salió bien.

Sandy, Bedford, Inglaterra

Bienvenida a mi nuevo trabajo en Bedford

Llegué allí el 5 de noviembre de 2017. Estaba alojada junto con 8 españoles más en un hotel en Sandy, un pueblo de 11.000 habitantes. Al empezar en la empresa que nos había contratado, descubrí que mi trabajo consistía en estar doce horas y media al día esperando a que alguno de los cuatro usuarios del centro, me atacara para reducirle con técnicas no agresivas.

Teníamos una alarma interna y otra externa que pulsar para que las personas de otras unidades vinieran a ayudarnos. Pero rara vez venía alguien a ayudar a C3, que era la unidad más peligrosa.

Después de dos meses de lesiones, llantos, ansiedad, ropa rota e insomnio, conseguí que me cambiaran a otra unidad. En AS iba a trabajar en el turno de noche, de 19:00 a 07:30 h.

Aquí tenía que reducir a mujeres con diversos trastornos mentales, procurar que no abusaran verbalmente de mí demasiado, y procurar que no se autolesionaran. No estaba a gusto aquí tampoco, pero era mejor que lo anterior.

Un ritmo de vida inviable

Además de tener las horas de sueño cambiadas, ansiedad, desorden en las comidas y la capacidad cognitiva mermada debido a las circunstancias y el horario laboral, no estaba haciendo nada de lo que me hacía feliz. Nunca tenía tiempo de viajar, hacer deporte o simplemente leer.

Un día empecé a sentir mucho dolor en la parte del coxis. Después de una semana yendo al médico y que sólo me recetaran paracetamol, una noche acudí a urgencias y me dijeron que tenía que ser ingresada porque me tenían que operar de urgencia.

Tenía un absceso de 6 cm. Varias horas más de tarde me operaban. Tras el postoperatorio, nadie me dio el alta, hasta que una enfermera me preguntó que por qué seguía ahí. Estuve dos meses de baja, en los que perdí todo el dinero que había ahorrado, porque la empresa me pagaba 60 libras por cada semana de baja.

Así que, estaba en casa, sin poder moverme, dependiendo de otras personas para curarme y hacer vida diaria en cama. Además de volver a estar dependiendo económicamente de mis padres.

Verónica Pílez durante su postoperatorio.

Hora de poner la balanza

Escribí a mi empresa para dimitir y empecé a buscar otro trabajo. Conseguí un trabajo en una agencia como cuidadora sanitaria. Aquí trabajaba 12 horas en dos residencias para la tercera edad, con demencia.

Me llamaban según necesitaban personal, para cubrir bajas.  Al principio me fue bien, pero pronto noté cómo no me llamaban lo suficiente como para cubrir mis necesidades económicas.

Seguía dependiendo de mis padres y estaba haciendo un trabajo que no me gustaba. A veces, me llamaban 15 minutos antes de empezar el turno, y si lo rechazaba me castigaban sin turnos durante una semana.

Ante toda esta situación, después de volver de un viaje maravilloso a España, llegué a un punto de inflexión en el que decidí que tenía que hacer un cambio para sobrevivir a Inglaterra.

Decidí hacer un curso de socorrismo de una semana. Lo hice y a los tres días me contrataron en una piscina que está a 2 minutos de mi casa.

La vida desde otra perspectiva en Bedford

Ahora no estoy trabajando en un ambiente sanitario. Pero estoy feliz. Trabajo 8 horas diarias, tengo tiempo para hacer deporte, tengo uso gratuito de piscina y gimnasio, y recientemente me han propuesto ser directora de equipo.

He conocido a personas que me respetan y me valoran en el trabajo, cosa que no ocurrió en ninguno de los otros. He aprendido a no tener miedo al idioma, a atreverme a equivocarme, y a preguntar y dudar.

Aunque toda esta experiencia ha sido difícil de digerir y de comprender, he tenido la suerte de conocer a los 8 españoles con los que llegué a Bedford. Han sido esenciales en mi historia y sin ellos habría vuelto a España la primera semana.

Ahora no me encuentro en el puesto laboral de mi vida, pero vivo tranquila. A partir de este estado, me siento más cómoda para centrarme en lo que quiero. Estoy empezando a validar mis títulos universitarios, estoy colaborando con el Ayuntamiento en programas de deporte y salud mental, y estoy conociendo a personas que me dan vida.

Estás fuera de casa, pero no estás solo

Por todos ellos, ha merecido la pena aventurarse en emigrar a Inglaterra. Ahora sé, más que antes, que los cambios son buenos, y que la perseverancia y el esfuerzo siempre llevan a un lugar mejor.

No he conseguido encontrar un club de natación, pero he conseguido encontrar una piscina y entrenar por mi cuenta. Y competir en un lago bajo la lluvia al que sólo se puede llegar atravesando un campo de golf en pleno uso.

Conseguí abrir una cuenta bancaria después de siete meses de gestiones y llamadas telefónicas. Conseguí hace dos meses relacionarme con amigos ingleses y que me consideren una más del grupo al igual que, registrarme en la Sociedad Británica de Psicología.

He aprendido a querer mi ciudad, Almería, a echarla de menos con el alma, con sus pros y sus contras. He aprendido una nueva manera de relacionarme con mi familia, que me gusta mucho más.

Me siento más conectada a ellos que nunca. He aprendido a convivir con un sentimiento agridulce, al sentirme almeriense y andaluza aquí, y diferenciarme por ello; y a la vez extrañar mi hogar y querer volver.

He aprendido cómo la distancia genera una idealización de lo que está lejos, y da un toque romántico a todo. Ahora valoro y quiero mucho más, y soy mucho más consciente de dónde vengo, de mi cultura y mis raíces, de mi educación y mi acento, de mi vocabulario y mis expresiones, mis costumbres y mis ganas de sol y mar.

No sé cuánto tiempo me queda en este país, pero siempre voy buscando el mar, y probablemente acabaré en un sitio que se parezca lo más posible a Almería. Esa ciudad de la que tanto me quejaba estando allí, y sin la que no puedo vivir ahora que la tengo lejos

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