Les tengo que ser sinceros. Desde mi ventana no se ven las Salinas de San Rafael, tampoco la Ribera de la Algaida. Por no verse, no se ve ni Roquetas, pues estoy confinado en Granada desde el principio de la pandemia. Pero hay algo que sí es común, que sí observamos todos, en Roquetas y en Granada: el cielo, y la verdad, lo veo más azul que nunca. La situación dramática que estamos viviendo debería, por un lado, hacernos valorar lo común y lo verdaderamente importante en la vida, y por otro, ayudarnos a darnos cuenta de las consecuencias del ser humano en la naturaleza.
Ese cielo de Granada, tan contaminado hace unas semanas y tan puro estos días, hace que de vez en cuando me imagine cómo estarán ahora la Algaida y las Salinas. Para quienes no las conozcan, las Salinas de San Rafael son unos antiguos charcones de la otrora próspera industria salinera roquetera. Por su parte, la Ribera de la Algaida es un gran espacio contiguo a las Salinas, hogar y lugar de descanso de numerosas aves migratorias y rico en esa vegetación adaptada al clima subdesértico tan propio de Almería. Para colmo, bajos sus pies esconde el poblado romano de Turaniana y frente a ella la Barrera de Posidonia Oceánica, monumento natural de Andalucía.
¿Dónde están los humanos?
Y aquí, en mi enclaustramiento granadino, me pregunto si las cercetas pardillas, un ave tan amenazada como lince ibérico y que cría en la Algaida, se preguntarán dónde estará ese motocross que tanto las espanta. O los colorines, tan acostumbrados a que de vez en cuando les visite algún amigable roquetero a dejarles los escombros de la reforma de su baño particular. O las cigüeñuelas, que pensarán qué ha sido de esos coches que manchaban de humo gris la verde primavera que hoy florece allí. Incluso los chorlitejos se preguntarán cómo no hay por allí camiones del ayuntamiento volcando residuos de las playas en las charcas salineras.
Yo, además, me pregunto cuál será el futuro de la Algaida y de las Salinas. Ambas, a medio camino entre Roquetas, Aguadulce y El Parador, se encuentran muy amenazadas por un proyecto urbanístico del gobierno de Gabriel Amat, como venimos denunciando desde finales de 2017 la plataforma «Salvemos Las Salinas». Con sus hoteles, sus bloques de hormigón y sus dos torres de 28 pisos cada una, como no podía ser de otra forma en este Poniente Almeriense tan aficionado al pelotazo urbanístico.
Nueva urbanización que nadie ha pedido
Pienso también en todos esos políticos que han defendido a capa y espada esta nueva urbanización que nadie ha pedido. Cuántos que hoy apoyan el proyecto pagarían por disfrutar de un paseo por nuestras amadas Salinas, y no estar confinados en alguno de esos pisos que desean para la zona. Cuántos no querrían pasear por la Plaza Vieja, con su Pingurucho y sentarse bajo la sombra de sus árboles. Cuántos no echarían abajo el Algarrobico con sus propias manos si estuviesen confinados en una de sus habitaciones. Ésa es la grandeza del patrimonio histórico y natural, que en él caben y de él disfrutan hasta quienes con sus actos buscan su destrucción.
Texto: Juan Miguel Galdeano, historiador.