Una de mis leyendas urbanas favoritas es la de los negacionistas. Seguro que has oído hablar de ellos. Dicen que se trata de gente capaz de llevar la contraria a científicos e historiadores. Y yo voy y me creo que hay gente así.
Según ese bulo hay dos tipos de negacionistas: indocumentados y documentados.
Los indocumentados serían seres sin prácticamente ninguna formación académica. Cuestionan todos los datos oficiales, el número de víctimas de violencia de género machista, la forma del planeta, el cambio climático y la historia del Siglo XX. No están a favor de la causa de ningún colectivo desfavorecido y son muy agresivos a la hora de desmontar los argumentos del otro. Eso sí, tienen la piel muy fina. Sus sentimientos son tan frágiles como el cristal y piden respeto a sus opiniones basadas en la falta de respeto sistemática a la de los demás.
Y confunden opinión con hecho. Las leyes universales son puntos de vista para ellos. “¿Por qué tengo que creerme lo que diga ése?, ¿porque ha estudiado más que yo?” Sí, ya lo vas pillando. Según la leyenda funcionan con una premisa muy clara; “si yo no opino igual, es mentira”. Ya no se trata de aprender de los que saben para formar y corregir tu opinión, se trata de que los que más saben vayan cambiando sus conocimientos para adaptarlos a tus ideas y sentimientos. No hay que desdeñarles, gracias a ellos tipos como Donald Trump o Bolsonaro, por citar dos ejemplos, podrían llegar a ser presidentes del gobierno. Fijaos si es alucinante la leyenda.
Los negacionistas peligrosos
Y luego estarían los documentados, mucho más peligrosos, ya que mienten a sabiendas de que lo hacen por un fin egoísta. Unas personas encantadoras.
Pues se supone que tenemos que aceptar que esa gente existe. Para mí son como los unicornios, los habitantes de Venus o las bajadas de impuestos. Solo existen en las cabezas de los que creen en ellos.
Más artículos de Paco Calavera en la sección Sin Conocimiento de Causa.