Las leyendas son leyendas. Nunca se sabe que parte de la historia es real, si es que hay alguna, y cada cual la cuenta a su manera, sobre todo si son de tradición oral. Son típicas de los pueblos, antiguamente no había televisión ni redes sociales, pero es curioso cómo perduran en el tiempo. En Fiñana, casi pisando suelo granadino, hay muchas leyendas curiosas.
La encantada del aljibe
La entrada del aljibe de la alcazaba era como una playa y se veía solo el principio. El fondo era oscuro y en él se adivinaba la presencia de la encantada, una mujer que desde la penumbra podía coger a cualquiera que se acercara y arrastrarlo hasta lo más profundo del agua. La leyenda cuenta que un rey moro se había enamorado de una esclava y por eso encadenó a su mujer hasta que murió y después, la pareja de amantes la arrojó al aljibe. Desde entonces, su espíritu espera a que alguien se acerque para vengarse. Dicen que a veces en el aljibe se oían ruidos de cadenas.
La mancha de aceite del museo de Fiñana
Antiguamente, donde está situado el museo, vivía una familia de señoritos que tenían una criada al cuidado de su hijo. Un día el señor y la señora se fueron a una fiesta y dejaron a la criada con el niño, el novio de ella, que era un sanguinario, fue a casa cuando se quedó sola. Entre los dos mataron al niño, se bebieron la sangre y lo asaron en una chimenea para comérselo y no dejar huellas. Mientras lo asaban, saltó una gota de aceite a la chimenea.
Tiempo después se descubrió el crimen y los asesinos fueron detenidos.
Los señoritos pintaron la chimenea para quitar la mancha de aceite, pero volvió a salir.
Algunos vecinos de la zona dicen haber visto la imagen del niño por el tragaluz del que es actualmente el museo de Fiñana.
El tesoro moro
Dicen que antes de ser expulsados los moros enterraron sus tesoros debajo de tierra. Cuenta esta leyenda de Fiñana que frente a los pueblos de Abla, Abrucena y Fiñana hay un cerro, desde el cual se divisan estos tres pueblos en línea, donde hay enterrada una mezquita y que en ella hay un tesoro.
La vieja de la sierra
En la sierra de Fiñana vivía una vieja en solitario. Su hijo, cuando iba a verla le decía que bajara al pueblo con él, pero la madre le respondía que no, que ella estaba mejor en su propia casa. Uno de esos día, cuando su hijo se marchó al pueblo y cayó la noche, bajaron unos lobos hasta el cortijo de la mujer y empezaron a arañar la puerta. Como no consiguieron entrar, subieron al tejado para entrar por la chimenea. La mujer puso a arder la poca leña que le quedaba, y hasta echó un poco de paja y una silla, pero no tenía nada más. Cuando se consumió el fuego los lobos entraron. A la mañana siguiente, cuando el hijo subió, al entrar encontró todo destrozado y a su madre muerta.
La ermita de Nuestro Padre Jesús
Subía por la Calle Real un carro tirado por dos bueyes, transportaban la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que se iba a colocar en la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación. Cuando llegó a la altura de la ermita, los bueyes se negaron a seguir y se detuvieron. La gente comenzó entonces a empujar el carro pero, cuando avanzaba unos metros por la Calle Santiago, los bueyes tiraban para atrás y volvían a quedarse frente la ermita. Tras muchos intentos sin éxito, comprendieron que era la imagen la que deseaba quedarse allí, y allí se quedó. La ermita recibió el nombre de Nuestro Padre Jesús.
Los Galgos de Fiñana
Cuentan que cuando los Reyes Católicos pasaron por Fiñana, durmieron una noche de 1489 en su camino hacia Guadix (Granada), salieron muchos jóvenes hidalgos montados a caballo a recibirles. Sorprendidos y halagados por ello, los reyes dieron a Fiñana en agradecimiento el título de ‘Hidalga villa’ ( que significa ‘Villa de Hijos Dalgos’). El paso de los años y la transmisión oral hicieron el resto. De dalgos a galgos. Y por eso, desde entonces se conoce a los fiñaneros como ‘galgos’. Algunos de sus clubs deportivos llevan esta raza de perro en sus nombres y/o logotipos.
Más que una leyenda, esta historia podría definirse como anécdota.
La Procesión de las Ánimas
En la Procesión de las Ánimas (o Santa Compaña), unas almas vagaban noctámbulas en la noche por los cerros en dos filas, vestidas de blanco o negro, y descalzas. En sus manos llevaban una luz, una vela, un candil… y también campanitas que iban haciendo sonar. El olor a cera y un ligero viento eran las señales de que estaba pasando la legión de espectros.
Iba encabezada siempre por una persona viva, que llevaba una cruz y un cubo de agua bendita. Las ánimas la necesitaban como guía en los caminos de Fiñana, desde el cementerio hasta la casa de las persona escogida, la próxima víctima. Podía suceder que quien se encontrara con la procesión a altas horas de la noche, se viera obligado a sustituir a la persona viva, siendo la nueva guía en el lúgubre recorrido.
También se creía que la persona que hacía de guía no recordaba durante el día lo ocurrido durante la noche, pero que se podían reconocer por su extremada delgadez y palidez, ya que no les permitían descansar noche alguna, por lo que su salud se iba debilitando hasta enfermar sin que sujeto ni médico supieran las causas de tan misterioso mal. Condenados a vagar noche tras noche hasta que morían u otra incauto fuese sorprendido y se castigara a ocupar el puesto de guía. Se solía aparecer en una encrucijada o cruce de caminos aunque no siempre era así.
Aún continúa la creencia de que a quien se la encuentra le queda poco tiempo de vida. Sin embargo, otros desmienten esta leyenda de Fiñana y creen que las hileras de luces que se veían en las montañas eran pastores.
Fuentes:
– Fiñana (www.wikicaminomozarabe.com).
– ‘Romances y leyendas del interior de Almería’. (Gabriel Jesús Martín Martín. Diputación de Almería).