Reconozco que envidio al espectador. Y le envidio porque hace muchos años yo también lo fui. Desde el momento en el que me subí a un escenario por primera vez perdí por completo esa condición.
Lucho por ir al teatro con la relajación absoluta, pero es imposible. Aún cuando me encuentro en el patio de butacas sudo y siento los mismos nervios que si yo fuese un actor de dicha función.
Y más aún si hablamos de una comedia. Ese género que se diferencia de cualquier otro en que requiere de una respuesta sonora por parte del público. Puedes recitar poemas, dirigir una obra de arte y ensayo, declamar a la perfección en castellano antiguo. Todo eso está muy bien. Pero en la comedia se ríen o no. Y si no se ríen no funciona. Punto.
Hay creadores de verdaderos tostones que tras la bajada del telón en la noche del estreno, sonríen contemplando cómo aquello que sólo estaba en sus cabezas ahora lo está también en la del público. Y eso es suficiente. La única forma de saber si su creación ha sido un fracaso o un éxito es contando la cantidad de espectadores que se levantaron de la butaca antes de que terminara la función. Si no ocurrió, fue un éxito.
Con la comedia te puede pasar. Pero si los demás se ríen, el problema es de los que se levantaron. Siempre y cuando sean minoría, claro está. Si se te levanta la mitad del público y la otra se ríe, sobra decir que las cosas no están yendo muy bien. Y no vale quedarse sólo con que se te levanta.
Tengo la suerte de compartir tablas con amigos y cómicos de primer nivel de los que aprendo cada día. Y desde hace años, en el Teatro Cervantes, cada verano llevamos a cabo una comedia de encargo por parte de Kuver Producciones compuesta por un universo de personajes de creación propia que ya son habituales en el imaginario colectivo de la ciudad. Es cierto que algunos los detestan y otros les aman, y que probablemente la mayoría de la gente los desconozca. Y eso que llevamos ya cinco años con dichos encargos veraniegos, pero el público siempre va por delante.
Pues bien, nos quedan un par de funciones de ‘Resacón en Las Negras’. La pueden haber visto o no, pero quiero dirigirme a los que aún no han tenido la oportunidad de hacerlo.
Es nuestra comedia favorita (también la más detestada por algunos fieles, otros piensan como nosotros). No se la pierdan. En la época de las ideas preconcebidas y las historias desmenuzadas en los avances, reivindicamos el misterio absoluto del teatro. Y no es lo mismo que te lo cuenten que verlo y salir del teatro para darle la razón al que lo hizo antes que tú o cagarse en sus muertos porque de fiarte de su criterio te habrías perdido algo que te flipó.
Te vas a reír. Muchísimo. O bastante. O nada. Pero vas a sentir el placer de experimentar por ti mismo dicha sensación, sin tener en cuenta lo que sintieron otros ante la misma obra. Y en eso te sentirás el protagonista.
La comedia entre bastidores
Lo que mucha gente no sabe es qué ocurre entre bastidores mientras en escena ocurre algo. Pues ocurre que te equivocaste de peluca, que la camisa te la pusiste al revés, que se te ha caído la pistola justo antes de salir a escena y la vas a tener que simular con la mano, que has tropezado y vas a salir cojeando, que vas a soportar los gritos silenciosos del director (nuestro eterno capitán Kikín) ante tu última metedura de pata, o que te vas descojonar mientras te cambias sin saber que el micro lo tienes abierto. Al igual que el espectador, lo cierto es que el actor tampoco sabe con qué se va a encontrar, por muy bien memorizado que lleve el guión.
Y eso, amigos, sólo ocurre en el teatro.