Llevo muchos años trabajando en el sector de los eventos y espectáculos, pero el sábado noche me ocurrió algo que nunca antes me había sucedido. Actuaba Rafael Álvarez ‘El Brujo’. El teatro estaba prácticamente lleno y el espectáculo comenzaba a las 21:30 h. Yo me encontraba en la puerta controlando el acceso del público, cuando de repente, a tres minutos de comenzar el espectáculo se fue la luz en toda Huércal-Overa, y evidentemente en todo el teatro. Lo normal habría sido suspender todo.
La mayor parte del público estaba ya ubicado en sus butacas. Y los que por allí estábamos comenzamos a correr por los pasillos: grupo electrógeno, llamadas, ¿qué vais a tardar en arreglar la avería? En una de esas carreras yo, como responsable del evento, entré a tranquilizar e informar a ‘El Brujo’, de la mala fortuna de lo ocurrido. Él, me miró a los ojos y me dijo: «Lo siento». Se supone que era yo quien tenía que pedirle disculpas, aunque fuese por un hecho desgraciado y fortuito. Pero no, fue él quien se puso en mi lugar y me intentó tranquilizar.
Me fui del camerino contrariado pero seguí corriendo. Eran las 21:45h cuando de repente, los técnicos y responsables del teatro escuchamos desde fuera aplaudir a todo el teatro. ¿Qué está ocurriendo? Entramos corriendo al patio de butacas y nos encontramos sobre el escenario a Rafael Álvarez ‘El Brujo’ haciéndole al público, sin micrófono, tres preguntas: 1) ¿Esperamos a que vuelva la luz? 2) ¿Hago el espectáculo a oscuras sin luz (solo con la leve luz que desprendía la luz de emergencia) y sin microfonía?. O 3) ¿Me tiro al foso? (risas).
El público lo tuvo claro. Gritaban «a oscuras«, «a oscuras», como si de algo imposible se tratase. Y entonces ocurrió.
Asistimos a un espectáculo a oscuras, con una sola silla sobre el escenario (que ni se veía) y sin microfonía. Más de dos horas de risas y reflexiones, de teatro en estado puro y de admiración y generosidad profesional. Nunca lo olvidaré.